...orgullo de la Costa Blanca (III)
Acceder a la Sala principal de “el Palace” es como zambullirte en una inmensa bañera de terciopelo azul, salpicada de luces, de destellos, de camareros atentos donde todo transcurre agradablemente, con precisión. Da igual la mesa donde cenes, la visibilidad es total y perfecta desde cualquier ángulo. Con los primeros platos se abre el inmenso telo rojo que cubre una boca de escenario de más de veinte metros. Es la orquesta que llega a los postres. Mejor así: los temas que interpretan no te dejan indiferente y ya están en la pista central decenas de parejas haciéndole caso a sus pies, a sus caderas y a esta especie de desinhibición que te saca lo más simpático que hay en ti. Si vuelves a tu mesa ya tienes dispuesto un fabuloso trago de cava frío, como si supieran que lo vas a necesitar. La orquesta suena como una big-band y por un momento te sientes como el chico de la película en pleno rodaje. Presientes que algo magnífico va a suceder en la siguiente escena.Ya sentados se apagan todas las luces. Se hace el silencio. Es un instante que sobrecoge hasta que comienza a arreciar un lluvia de miles de luces que te traspasan el corazón, los ojos y las manos. Parece que flotas sobre la silla. La música inunda la sala y sobre el escenario se desata, a un ritmo trepidante, un vendaval de bailarines con una coreografía impactante llena de plasticidad y efectista. La fuerza del escenario llega a tu misma mesa y solo puedes dejarte llevar. Son decenas de cuerpos esculturales marcando el paso preciso sobre el escenario: rotundos, con una presencia casi celestial aumentada por esos juegos de plumas de colores y de vestuarios imposibles que desbordan la imaginación. Están contigo. Con todos. Delante mismo de ti mientras te rindes boquiabierto a su complicidad rítmica. Ha acabado el primer número del espectáculo y casi sin darte cuenta ya están en escena una de esas atracciones que hacen de lo excepcional algo a la medida humana, que arrancan aplausos con cada proeza. En vestuario solo hay tiempo para recuperar al aliento, retocar el maquillaje y cambiar de trajes. Es momento de tango, de noche arrabalera dentro de la propia noche de “el Palace”. Es un número sentido, apasionado, conmovedor, a piel. Con las ultimas notas del bandoneón emerge del escenario todo un prodigio de fusión de artes y raíces, del puro flamenco a los ancestrales ritmos celtas, con el acierto artístico de llevar cada coreografía hasta el límite donde se funde con los sonidos de otros mundos, de otras culturas. Es lo que tiene el espectáculo: que te conecta con la expresión humana más elemental, con el mismo latido que acompaña nuestras vidas. Solo que aquí el corazón late en los pies hasta robar quejidos y estremecer el escenario. |
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